TODAS LAS VECES que fui la Mujer Maravilla

La Mujer Maravilla, lista para defender los caramelos de la piñata

El disfraz de la Mujer Maravilla tenía todos los poderes. Cuando me lo puse, para una fiesta de cumpleaños, agarré al hostigador de la piñata con el lazo de la verdad y me pidió disculpas reales por intentar quitarme los caramelos.

El disfraz de la Mujer Maravilla no era un disfraz. Era un traje mágico que me permitía conectarme con la aventura, la valentía, la confianza. Ese pantalón minúsculo lleno de estrellas del que salía el corpiño rojo con dorado era mi esencia.

La historia de la Mujer Maravilla era mi historia.

Ella salió del mundo de las amazonas y fue entrenada por los mismos dioses griegos. Igual que yo. En mi imaginación, claro. Pero, pensándolo bien, mi vida en casa era la del mundo de las amazonas: el paraíso de las mujeres fuertes que deben protegerse entre ellas porque, bueno, así se dieron las cosas, no hay nadie más.

Cuando la Mujer Maravilla se cansaba de ser la Mujer Maravilla, era Diana Prince. Entonces descansaba como enfermera del ejército, oficial de inteligencia, miembro de las Naciones Unidas, y más. Por cierto: usaba lentes.

Yo podía ser la Mujer Maravilla siempre y me gustaba más que ser hada, marinero o bruja. En el rincón de los disfraces, durante mi Preparatoria, cuando me vestía de enfermera, era también la amazona que se ocultaba detrás del estetoscopio, la diosa capaz de volar en su avión invisible, pero que renunciaba a ello porque prefería poner una inyección que pica como un mosquito y no duele.

En la vida siempre necesité esos brazaletes mágicos. Había que usarlos para protegerse de esas personas que disparaban criterios sin que se los pidiera y sin que fueran útiles o beneficiosos para nadie. La tiara no era la de una princesa de postal, pues servía como arma. Fue muy importante para mí tenerla bien puesta en mi cabeza y aprender a manejar el privilegio de la palabra, de las reflexiones y las ideas para colocarlas al servicio de los demás.

Me tuve que inventar que Diana Prince podía ser profesora, pianista, actriz, escritora, esposa, mamá, hija que sí escoge confiar en su madre, hija que sí tiene un padre al que ama, amiga que sale a tomar el cafecito y alivia un poquito a su amiga despechada, y así hasta hoy, que anda en su avión invisible inventando un blog tan transparente que parece tuyo, que parece que contara, con una que otra cosita que cambia, tu propia historia (o eso espero).

 

Nota:

La Mujer Maravilla es una superheroína que fue creada en la década del cuarenta del siglo pasado por el autor William Moulton Marston, quien era historietista de la editorial DC Comics. Ella sale del mundo de las amazonas, donde era llamada como Diana de Temiscira, para emprender un camino altruista de ayuda a la humanidad. La serie de televisión Wonder Woman (1975 – 1970), protagonizada por Lynda Carter, tuvo un impacto importante en mi generación, y aunque no conozco a nadie tan fan de este personaje como yo, tiene una fama planetaria y una larga vida en las series y películas de superhéroes hoy.

Comentarios

  1. Bello relato de la Mujer Maravilla, siempre conectada a la red de ayuda y servicio a la totalidad, involucrada con la noble causa, personaje de profundidades neptunianas, dezde donde se percibe el Todo. Felicitaciones, bello relato !

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